viernes, 18 de septiembre de 2009

Presentación del joven Michael Clark

Tras despedir a ambas señoras en la puerta del establecimiento, el joven Michael Clark preguntó a un cochero que justo paraba su carruaje por la familia que acababa de abandonar el lugar rumbo al cruce con Almonds St.
- Se trata de la viuda de Twist. Es una mujer con una fortuna considerable que dejó su marido hace poco más de medio año. Entre sus propiedades una residencia en Violet Place y otra para el verano en la costa adonde lleva todos sus criados.- Como el chico no respondiera y siguiera mirando en la dirección por donde había partido la calesa, el cochero hizo un movimiento de cabeza y aseguró:
- Trate bien a ese tipo de clientela y no se arrepentirá. Según dicen tiene una renta altísima aunque no es muy dada a las propinas. - Y dicho esto se marchó.
No se hubiera imaginado nunca que una mujer así de joven hubiera tenido tiempo para cortejo, casamiento e hija, y lo que era más, para enterrar a un marido pero, es que, como mi lector comprenderá no había tenido ojos más que para una de las damas.

Con estos pensamientos entró de nuevo en la tienda donde le esperaba con una mirada severa el señor Nells, supervisor de su horario, que por lo visto lo había seguido todo de cerca. Le dijo: -Mientras trabajes aquí, no hay tiempo para charlas sobre viudas, aunque sea la más rica de Inglaterra. Si pierdes tu empleo, puedes ir a pedir trabajo a su casa. Así que no hagas más méritos para estar en la calle Clark.

-Sí señor Nells.

- Pues claro, hombre. Sería tan fácil que te cases con su majestad, la princesa Mary como que lo hicieras con esa mujer. - Y poniendo los ojos en blanco delante de la perpleja mirada de Clark suspiró añadiendo:
- Debes buscar a alguien de tu clase en lugar de perseguir fortunas. Elige bien que tendrás que vivir con esa mujer el resto de tus días.

- Sí señor Nells.

- He oído que las mujeres de esa familia son insoportables.


Probablemente lo fueran. No tenía nada que ver la belleza exterior en una persona con la que pudiera tener interiormente. Sin embargo, Mr. Clark siempre alardeaba de no equivocarse con las personas, y en aquél momento pensaba exactamente lo mismo: No me equivocaría nunca y menos con el motor de su corazón que funcionaba a redoblados ritmos desde que sus ojos y los de Mrs. Twist se encontraron a la salida. Él, una persona alegre y franco con todo el mundo se descubrió pensando en Mrs. Twist todo el día y evitando hablar con cualquier compañero para no soltar toda la información que sus pequeñas pesquisas del día le habían ofrecido.

Al terminar la jornada, se dijo que bien podría llegar hasta Violet Place dando un paseo, con la excusa de tomar un poco de aire, y llevar a su madre unas violetas, que le encantaban. Bien, la floristería le recibió cerrada.- Habrían agotado las existencias- pensó y no contenta ni tranquila su alma aun miró con disimulo todos los buzones hasta dar con la casa de la viuda Twist. Sin saberlo, caminaba a pocos metros de la mujer que realmente ansiaba ver.

Con la decisión que tienen los corazones alentados por las jóvenes pasiones, aunque una pasión nunca puede ser vieja, pese a serlo su dueño, Mr. Clark hizo sonar el llamador. Los criados salían ya de prestar su servicio y la misma Mrs. Twist se asomó a la ventana.

- Sí ... ¿Quién es? ¿Qué demonios quieren a estas horas?- El sonido de aquéllas sórdidas y vulgares voces enmudecieron la garganta del joven Clark, que escondido bajo la cancela no podía creérselo. Esperó y aprovechando un claro de luna que asomaba tras una nube miró a la ventana para comprobar que aquélla mujer que increpaba desde arriba no tenía el rostro esperado. Así respiró tranquilo y se marchó.
Por la mañana, no llevaba andando cinco minutos camino del trabajo cuando vio de nuevo pasar aquél carruaje del día anterior y que iba en su misma dirección. Se apresuró para alcanzar la puerta del establecimiento antes que la viuda Twist llegase y lo consiguió pero Miss Sanders había entrado ya para ir quitando algunas prendas a los niños y que las tallas de ambos fueran medidas.

- Señora- Casi jadeó Mr. Clark. Buenos días. - Mientras presentaba sus respetos reconoció la voz de la mujer de la noche anterior en Violet Place. Sin duda se trataba de la misma persona.
- ¿Es usted el valet? - Pregunto Mrs. Twist con muy poca finura.
- No señora. Permítame el abrigo. ¿He de acompañarla a algún departamento en particular?
- No. Soy una asidua de estos almacenes y los conozco mejor que mi propia casa. Me dirijo a la sastrería.

Pasó delante de Mr. Clark rápidamente y no miró siquiera atrás. Por su parte Mr. Clark la siguió dejando unos metros al objeto de su persecución y pudo ver a la mujer, que se encontraba con Miss Sanders y los niños, a los que ya el sastre estaba tomando medidas.

Mr. Clark volvió para fichar a la entrada del trabajo y le entregaron toda la lista de tareas que le esperaba en su jornada. Con el montón de papeles bajo el brazo se encaminó a repartirlos entre sus compañeras, y mientras reía con ellas alguno riña del supervisor apareció de súbito Harriet buscando una cinta de medir nueva que una travesura del pequeño Henry le obligaba a solicitar. Sin embargo, Miss Sanders no rió como ellos, muy al contrario, algo parecido a los celos asomaron a los ojos de Harriet, pero los ojos de Michael Clark no los vieron, entretenido como estaba en aquél momento.
- Señorita, disculpe. ¿Podría indicarme donde conseguir una cinta métrica para la sastrería?

- Por supuesto, ahora mismo... - dejó inacabada la frase esperando conocer la identidad de su interlocutora.
- Harriet Sanders. Acompaño a la señora Twist.
- Sígame Miss Sanders.

martes, 15 de septiembre de 2009

Presentación de la heroína

Harriet había disfrutado mucho en los grandes almacenes. No estaba acostumbrada a que la trataran con cortesía ni con admiración. Si esto además llegaba de parte de una persona del sexo opuesto, podía impresionarla mucho más gratamente pero lo que de veras la había impresionado era el carácter cercano y a la vez educado del caballero.
- ¡Por Dios Harriet! - se dijo en silencio mientras el calesín restaba los metros que faltaban hasta Violet Place. ¡Como que un caballero! Acaso conocía ella a aquél hombre, le acababa de ver y ya le consideraba un caballero. En lo poco que pudo fijarse su belleza radicaba en unos ojos verdes muy agradables y también en su alegre carácter...
El carruaje se detuvo. Llegar a casa era la peor de las noticias, y, mucho más cuando las salidas de Harriet eran tan escasas. Sólo se ausentaba de su hogar para pisar la vivienda de enfrente. Vivía con su abuela, la señora Margaret Sanders, madre de su difunto padre, y una anciana de ochenta y muchos a la que adoraba. Como los padres de Harriet habían fallecido muchos años atrás sin legar propiedad alguna, la economía de nieta y abuela se sostenía gracias al servicio de la muchacha desde casi la infancia en casa de la viuda Twist a la que ya conocen. Así que, de hecho Harriet viviría a la abuela Margaret sólo después de acostar a los pequeños Henry y Grace y poner, como la viuda Twist decía, la casa en relativo orden. Los encierros de Harriet eran prolongados pero su espíritu ansiaba esa libertad que no poseía y que dependía enteramente de su estatus social, así que, se refugiaba junto a una vela y leía literatura española para sí y una entregada oyente.
La señora Sanders estaba muy bien pese a sus años pero ya se le iba haciendo cuesta arriba la llevanza de su hogar. Se preocupaba de aprovechar hasta el último penique del salario de su nieta, y mientras, la nieta se preocupaba en encontrar una casa mejor donde su salario fuese más alto. En su barrio no había muchos niños, por tanto, muy pocas necesidades de institutriz, y no se veía cuidando de otros críos más adorables pese al talante desagradable de su progenitora.
Era a estos a quienes había consagrado su primera juventud contando ya con veinticuatro años que el siguiente marzo serían veinticinco.
Las únicas salidas en la familia Twist en invierno eran las compras y la iglesia y no siempre los niños debían hacerlas así que tendría que esperar a bien avanzada la primavera para disfrutar del campo con Henry y Grace. Harriet se ilusionaba al pensar que Grace ya andaría para entonces y estaría graciosísima con sus pasitos torpes.
Aquélla noche tras acomodar todo al gusto de Mrs. Twist, ésta le dijo:
- La lección de Henry de mañana tendrá que esperar. Debo preparar ropa de abrigo para los niños y han de tomarles medidas en la tienda. Así pues, saldremos una hora antes. He visto unos tejidos monísimos. Hasta mañana Harriet.
- Hasta mañana Mrs. Twist.
Harriet cruzó la calle asumiendo que para aquélla mujer la educación tenía menos importancia que las modas y las telas, preparó la cena y sin leer ni una página del Cervantes que esperaba en la mesita, las dos damas se acostaron para poder madrugar. La mañana llegaría pronto a Violet place.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Presentación de la anti-heroína

Cuando Miss Harriet entró en los grandes almacenes, todos aquéllos pasillos vistosos le nublaron la vista. Acompañada como iba de su vecina y protectora la señora Twist, pronto hubo de espabilar para seguirla en su endiablada persecución de ofertas. Y es que, Mrs. Twist compraba de forma mecánica todo lo que las estanterías podían ofrecerle. Aquél día además, llevaban consigo a su segunda criatura, un bebé de menos de un año que aun no andaba. Harriet, sostenía a la niña en sus brazos y seguía a la madre como mejor podía. Grace, la pequeña de la casa estaba más acostumbrada a sus brazos que a los de su propia madre y sentía su calor y balanceo encantada. Por otra parte, para su portadora no había momento en que no cuidara de ella sólo por el cariño que sentía hacia la pequeña. Veía además con desolación que Mrs. Twist era una madre frívola, que había sido una esposa no menos frívola y que el tiempo no curaría aquélla frivolidad. Así pues, en esas cuitas se hallaba cuando al cruzar el pasillo de los licores casi tropieza con un empleado que en ese momento colocaba botellas de vino del país.
- Lo siento. Se disculpó Harriet, que con la mirada baja no obtenía más información de su interlocutor que el color del pantalón y zapatos del uniforme.
- No se preocupe, señori..., perdón señora. ¿Pero cómo se llama esta criatura tan bella?- Su voz sonaba dulce y susurrante pensó Harriet y levantó la mirada decidiendo aun si debía entretenerse y en caso de hacerlo, buscando una excusa para dar a su exigente protectora.
-Grace- y mientras pronunciaba el nombre de la bebé su mirada se cruzó unos momentos con el muchacho que le hablaba.
- ¿Y su apellido es?- Twist.
- Encantado señora Twist, un placer conocerla. - Mientras él decía esto Harriet ya escapaba por el siguiente corredor en pos de Mrs. Twist y dejaba atrás un pensamiento de admiración por ella por encima de lo que una dama pueda obviar de un caballero flechado por Cupido (En cuyos inexpugnables pensamientos no me atrevería a aventurarme).
-¡Por fin has llegado!- Le gritó Mrs. Twist. - ¡Ayúdame con todas estas bolsas! Yo cogeré a la pequeña, ven aquí cariñito mío, ven con mamá.- Harriet se disponía a coger la compra y el muchacho que había encontrado en la licorería, apresurándose le dijo: -Mrs. Twist, permítame.- Y cogiendo las bolsas salió del establecimiento dejando a Harriet sin sospechar el error al que había llevado ella misma a aquel hombre y con su vecina henchida por el orgullo de ver que incluso en aquél lado de la ciudad era conocida y admirada.
Ambas mujeres salieron a buen paso hasta el carruaje, en el que Mrs. Twist entró de la diligente mano del trabajador, seguida por Harriet a la que aquél contacto cálido, incluso debajo de los guantes que el invierno las obligaba a llevar le oprimió el estómago y le fijó la imagen de aquel muchacho en la mente.